Películas noir

Stertheone

Miembro Frecuente


Uno de los géneros malditos por excelencia es el noir. Los claroscuros acompañaron al cine más allá de hombres de mala vida y femme fatales. El cine negro, otrora éxito absoluto en las salas de cine, ha inspirado durante años a grandes directores. Por ello esta selección de joyas noir que todo amante del cine debe conocer. El humo de un cigarro o de una pistola recién disparada son solo algunos de los aderezos que se pueden encontrar en la lista, donde esta vez hubo pocas dudas para reconocer obras maestras incontestables.

Me hicieron un fugitivo (Alberto Cavalcanti, 1947)

01-Me%20hicieron%20un%20fugitivo.jpg

Dirigida por Alberto Cavalcanti a finales de los 40, Me hicieron un fugitivo funciona como el paradigma de lo que un noir debería ser hasta las últimas consecuencias. Expuesto desde su superficie como áspero y descarnado, en un universo donde el delito se convierte en marca inalterable, en estigma permanente dentro de la sociedad, el film del brasileño conjuga a la perfección los rasgos del noir, desde la infamia proyectada en un contexto reforzado por su villano —cuya falta de complejos otorga otra dimensión al relato—, hasta el habitual rol de la ‹femme fatale› —manifestado en diversas figuras que marcarán el camino de sus afines— o los elementos que funcionan a modo de preludio, perfilando el habitual fatalismo del género.

Lejos de esa virtud sostenida por un retrato indómito, cuyo imperceptible paso dota Me hicieron un fugitivo de un aura distinta —tanto por el destino que deparará a sus personajes como por el modo de revestir la senda recorrida por el protagonista—, el trabajo de Cavalcanti se alza gracias a su mano maestra en la gestión de escenarios. Capaz de administrar el tempo y la tensión con una firmeza absoluta a través de cada pequeño detalle adscrito a sus emplazamientos, logra incluso componer un ‹crescendo› final en el que las únicas notas necesarias son la asunción de un rol impreso a fuego por la misma sociedad: el del crimen imborrable.


Rosaura a las diez (Mario Soffici, 1958)

02-Rosaura%20a%20las%20diez3.jpg

Puede que la diferencia entre el mal y el bien sea tan solo de perspectiva. Los personajes del llamado cine negro no pertenecen a ninguno de los dos bandos o, en todo caso, si intentan pertenecer, la narración en algún momento se encarga de desmentirlos. Es cierto también que de lo que uno dice a lo que realmente es hay siempre un abismo, donde descansa por lo general la contradicción.
Rosaura a las diez, la adaptación que Mario Soffici hizo de la famosa novela de Marco Denevi, es una película de voces. Desde luego, está el crimen, porque todo exponente del cine negro necesita un crimen (y también, quizá con mayor urgencia, un cuerpo sobre el cual se pueda leer). Pero el crimen es siempre una excusa para desplegar las miserias del alma humana. A través de cada uno de los personajes principales la narración reconstruye, por medio de trozos, la escena original.

Al parar la oreja, como quien dice, uno oye. Lo que el otro tiene para aportar a la hora de definir a un tercero es hasta más importante que las palabras que el tercero utiliza para hablar sobre sí mismo. A cada testimonio le corresponde una versión, pero el espejo sólo reflejará una imagen fiel cuando estén juntos todos los pedazos. En la película de Mario Soffici no hay malos ni buenos sino fragmentos que a lo sumo se contradicen.​


La fuerza del destino (Abraham Polonsky, 1948)

03-La%20fuerza%20del%20destino.jpg

Lo que más recuerdo de La fuerza del destino, el soberbio noir que dirigió Abraham Polonsky poco antes de que su nombre fuese vetado por los estudios de Hollywood por su pertenencia al Partido Comunista, es el descenso del protagonista (un inolvidable John Garfield) por unas enormes escaleras de piedra, con su figura empequeñecida por la vastedad del entorno, que simbolizaba también el descenso del personaje a los abismos de la culpa. Ahí esta un poco todo lo que hace grande a esta película: su densidad moral, marcada por el conflicto ético al que se enfrenta Garfield en relación a su hermano, y la importancia del contexto (la ciudad de Nueva York, caldo de cultivo de todo tipo de corrupción) como elemento clave de desestabilización, tentando con dinero fácil y obligándote a dejarte el alma por el camino.

Más allá de su estética poderosa, su ritmo trepidante, su sordidez ambiental y de unos diálogos muy por encima de la media, lo que distingue a La fuerza del destino es su alcance político y espiritual, es decir, el modo en el que (como en Cuerpo y alma, escrita por Polonsky y también protagonizada por Garfield) su director saca a la luz las miserias del sistema y los vicios de una sociedad esencialmente materialista en la que el individuo debe hacer esfuerzos sobrehumanos para conservar intacta su integridad moral; todo ello, sin necesidad de salirse de los códigos del género. Una obra, en definitiva, comprometida y valiosa en la que ya está cifrado el talante progresista y crítico de su autor.​


El cuarto hombre (Phil Karlson, 1952)



04-El%20cuarto%20hombre.jpg



En esa etapa que marcó el paso del cine negro al thriller moderno, Phil Karlson fue uno de los responsables de esa transición del noir al thriller, representando el punto de inflexión que lo convirtió en uno de los grandes maestros del cine de suspense mundial.
Nos hallamos ante una cinta de una belleza visual fuera de toda duda (merced a una fotografía que se aprovecha de la sordidez que desprende su trama), que cautiva la vista con unos claroscuros marca de la casa. De hecho Karlson apostó por narrar a través de la imagen concediendo pocas ventanas a los diálogos (así los primeros minutos del film pivotan sobre los ejes del cine mudo más primitivo y sensorial).
El cuarto hombre se sostiene como una pieza atemporal gracias a su ritmo enérgico y a ese suspense que explota los elementos más cotidianos para inquietar la mirada del espectador. También me fascina su capacidad de denuncia, reflejando esos achaques y miserias que caracterizan al alma humana, ofreciendo testimonio de las traiciones, conspiraciones, falsedades, vicios y absoluta falta de valores presentes en la sociedad americana de posguerra.
A todo ello se une un relato muy entretenido en el que no hay cabida para el sosiego, resultando inolvidable ese tramo final en el que Karlson encierra a sus protagonistas en un hotel estableciendo un preciso juego. El hábitat perfecto sobre el que desmenuzar esos bajos instintos y puñaladas por la espalda que desvelan el talante rastrero y total falta de escrúpulos inherentes a la condición humana.




Bajos fondos — Underworld U.S.A. (Samuel Fuller, 1961)

05-Bajos%20fondos%20Underworld%20USA.jpg

Underworld USA, dirigida, producida y guionizada por el incombustible Samuel Fuller allá por 1961, es una clara muestra del ingenio de este realizador a la hora de desbancarse de los grandes proyectos encomendados por los estudios, una de sus señas más fuertes de identidad, y sacar a la luz de forma austera y con bajo presupuesto, una obra nacida de sus pulsiones más oscuras. Ese aura de fatalismo propia de los noir que sobrevuela a cada personaje está aquí magnificada a través de una extrema caracterización de los personajes. Tanto Cliff Robertson como Dolores Dorn, quienes se pasan la mayor parte del metraje sudando físicamente a sabiendas de ese péndulo de tensión creciente que les tiene al borde del colapso, esgrimen unos papeles de excepcional dramatismo. Tratando el rechazo al otro, la decepción, la culpabilidad y, sobre todo, la venganza desde uno de los ángulos más sucios y crudos que haya podido tocar el cine de gangsters sin apartarse de la narrativa austera de los antihéroes tradicionales que actúan por el simple motivo que no tienen nada que perder, el largometraje sigue reafirmando lo que en su momento destacaba el cronista de los años más ‹pulp› de Hollywood, Lee Server, cuando decía que Underworld USA es el último de los grandes trabajos de la tradición clásica y uno de los primeros en anticipar el aspecto ‹cool› y corporativo de las historias de mafiosos de los sesenta.


The Inheritance (Masaki Kobayashi, 1962)
15-The%20Inheritance.jpg




El prestigioso director de obras del calado de La condición humana, El más allá y Harakiri (rodada en 1962, como la obra que nos ocupa) se caracterizó por realizar filmes atorados de incomodidad y, a pesar de su delicado y militante humanismo, una inquietud por explorar el lado más detestable del ser humano. En esta ocasión, a partir de la herencia de un hombre de negocios en sus últimas horas (por culpa de un cáncer) y al son de un Jazz sesentero muy atractivo, Kobayashi ofrece un filme notoriamente influenciado por la estética de la ‹nouvelle vague› francesa y de la nueva ola japonesa, con el habitual dominio de la puesta en escena del director japonés, de sus hipnóticos movimientos de cámara, de su excepcional tratamiento del sonido y de las tonalidades del blanco y negro. Si bien no se trata de un noir puro (hay más elementos de intriga y suspense que del propio cine negro) la oscuridad está presente en todo momento en esta sofisticada partida de ajedrez que proporciona un juego de máscaras en el que no falta una velada crítica a la codicia y la hipocresía de todos los personajes principales y a la sociedad que crea a este tipo de individuos movidos exclusivamente por el egoísmo.


Fuente: cinemaldito.com
 
Volver