pato_howard
Miembro Frecuente

En la quietud de una noche rota, bajo el manto de Minas Gerais, Antonio Villas-Boas, joven de tierra y sudor, se encontró ascendiendo al abismo estrellado, no por voluntad, sino por el capricho de lo desconocido. Lo llevaron, entre luces y sombras, a las entrañas de un orbe de otro mundo, donde manos desconocidas, de seres de pensamientos inescrutables, lo despojaron de su humanidad cotidiana.
Desnudo bajo luces no vistas, su piel se vio bañada en el misterio de líquidos ajenos, su sangre llamada por la curiosidad ajena, respiró los efluvios de un cosmos encerrado. No solo su cuerpo fue explorado, sino su esencia, al unirse en la danza antigua y nueva con una figura de rasgos delicados y ojos de misterio profundo. Ella, de otro mundo, en su gesto final, tocó su vientre y apuntó hacia las estrellas, sellando un pacto no dicho de vida y legado entretejido con el infinito.
Por más de cuatro horas, en el vientre de metal y luz, Antonio fue tanto prisionero como parte de una odisea más grande que su simple existencia terrenal. Liberado al fin, regresó a su tierra, llevando en su ser no solo las marcas físicas de su odisea, sino también el eco de un encuentro que desafía la comprensión, un encuentro a la vez íntimo y cósmico, inscrito en el lienzo eterno de la noche.
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